El «gris» no es un color tan blue

En el marco de su gira nacional llega hasta nuestro vetusto Teatro Principal de Santi Spítitus el grupo Teatro Tuyo, de Las Tunas. Vale la ocasión para celebrar sus quince años de laboreo teatral y ofrecerle al público espirituano su más reciente producción: Gris. Una visión diferente de lo que es el clown que todos idealizamos a partir de referentes muy específicos, según nos propone su director Ernesto Parra.

Cuando me refiero a Gris como un acto de clowns, seguramente muchos se remitirán a la tangible imagen de los excéntricos payasos a los que estamos acostumbrados a ver en carpas de circos, ferias, en las salas de los teatros, incluso, en los cumpleaños. Lo tomo como pretexto para dar algunas coordenadas sobre esta estética que ha trascendido a lo largo de la historia dramática; y para frecuentar algunas consideraciones sobre el progreso del clown según Ernesto Parra y Teatro Tuyo mediante extenuantes horas de training e investigaciones para crear esta puesta en escena.

I. ¿Personaje o clown?

Han surgido polémicas sobre si el clown pertenece al teatro, o, si es de forma independiente un vehículo para exhibir un producto que, en la medida de sus pretensiones, busca dialogar con el público, pero ¿yerra sin identidad? El clown es en suma un personaje que se ha permitido licencias a partir del interés personal o estratégico de quienes lo han moldeado en diferentes contextos y épocas, así lo revalidan Chaplin y Pierrot. El personaje aparece en la cotidianidad, cuando una persona natural tiene un peculiar modo de comportarse, gesticular, una actitud ante la vida según el medio social en el que se desenvuelve. De esta persona natural que posee ciertos rasgos característicos atípicos se nutre el actor para conformar un equis personaje, pues este arquetipo de la persona natural a quién va a observar y en quién sustentar su análisis es tan común como el individuo del libreto que va a representar. Este actor, a través de la ficción que es el teatro, materializará sobre las tablas a una persona que es real y que, por lógica, puede estar sentado en el lunetario mientras dure el espectáculo, ahora, conscientemente desde el papel de espectador. En la sustancia del personaje están esos retazos arquetípicos de la realidad de los cuales se valió el actor para su construcción, eje que engranará el sentido crucial de cada personaje: denunciar actitudes y comportamientos del hombre ante los disímiles fenómenos de la existencia, ya sea desde el carácter personológico, los contextos políticos o las clases sociales, sus igualdades y pendientes psíquicos, su forma de vestir o su relación con el resto de los actores en escena pero de modo poco corriente, y no como lo haría en la cotidianidad. Sazonando constantemente estas mixturas con arte.

¿No es todo aquel que encarna un personaje un actor? ¿No es un actor un individuo que trabaja para el público? Entonces, ¿se puede separar al clown del teatro? La sociedad cuando va a opinar sobre qué es para ella un clown lo primero que dictan es “un tipo con la cara pintada de blanco, ropaje estrafalario, peluca de colores, zapatos gigantescos, la nariz roja y que hace el ridículo”. En cierta medida es esta la imagen, al menos visual, que los niños y sus padres tienen del clown. Cada quién conceptúa según los referentes que tenga sobre determinadas cuestiones. Y la cuestión del clown a la vista del público en nuestro país ha estado bien esquematizada. Hay que tener presente que son actores los que interpretan a los clowns, conocedores de una técnica y con una preparación específica para este tipo de representación. El actor que encarna un personaje clásico de Shakespeare o de Piñera tiene que enfrentarse a un profundo estudio ya sea de su Hamlet o de Luz Marina, y construirlo desde un enfoque muy particular: evitar semejanzas con el perfil de otros actores que le antecedieron es lo que le dará autenticidad al personaje; para con el clown sucede de la misma forma, solo que la fuente de nutrición en la materia antepone a Chaplin y a Pierrot, por mencionar solo a dos, que fueron a su vez metabolizaciones de los establecidos clowns de sus épocas.

Son precisamente los conceptos que Parra y sus discípulos manejan a la hora de cimentar una estética que lleva década y media en constante búsqueda de un estilo de representación y, si no lo han encontrado con Gris, anda muy cerca la verdad.

II. Parábola de las estaciones

Gris se vale por sí solo para desandar por una historia aparentemente sencilla, de hecho lo es en gran medida, en la cual tres personajes tradicionales del clown se extrapolan de una forma muy particular en la escena, teniendo en cuenta que rompe con los bocetos planteados sobre este personaje. Ernesto los sitúa en un contexto innovador, y es ahí donde está la complicación, los saca de los habituales cánones de representación, incluso, les priva, por una buena causa, de tener alguna analogía visual o de cualquier tipo de relación con el público para en el momento preciso lograr una atmósfera crucial en la que estos seres venidos de otra dimensión tengan un primer contacto actor-espectador; bien situado este último dentro de la trama pues representa a la especie humana.

Precisamente de esta y otras taxonomías es que Ernesto Parra quiso despojarse con Gris, para ello creó una exquisita dramaturgia que le permitió dar una nueva perspectiva a su estética de trabajo tras estos quince años de labor como director y en la indagación de nuevos lenguajes. No ha negado sus inicios, tampoco principios elementales de esta línea de creación que le han valido puntuales espectáculos; es solo que persiste en él una idealización de progreso. En una conversación con directores teatrales y actores espirituanos comentaba que su objetivo con una representación clownesca no se basaba en que los actores se explayaran en intentar hacer reír a las personas con sus conductas exageradas y ridículas, sin embrago la obra te arranca sonrisas durante su duración. Mientras los clowns van haciendo el ridículo no son conscientes de ello y creen que están haciendo lo correcto, que se comportan de manera natural, haciendo valer otro de los principios de este personaje pero sin caer en facilismos ni en el humor insípido. La precisión que los actores captan en cada acción o movimiento es lo que asegura una reacción positiva del público, a medida que el espectáculo avanza los que observan se percatan de que están frente a un estambre bien tejido que los actores van hilando cuidadosos con el tempo ritmo; no se permite dar pasos en falso, cualquier mínima equivocación del clown puede distanciar al espectador de la historia contada. Con la siguiente aclaración acentúo las precedentes líneas y doy paso a un atractivo fundamental de la mise en scéne, el trabajado desde el lenguaje extra verbal haciendo uso oportuno de sonidos onomatopéyicos. Mantener durante un considerable lapso de tiempo al público atento a cada acción, identificándose en las parábolas representadas por estos inusuales payasos sin una sola línea de texto y a golpe de acciones significó un reto y una lección magistral tanto de los actores como de Parra.

Karambola, Puchunga y Lelé son tres payasos que llegan de otra dimensión sideral a la tierra en busca de una preciada riqueza ocultada en un suntuoso cofre, las estaciones del año: primavera, verano, otoño e invierno. Se detienen en cada una de ellas a lo largo de la trama para estimular en el espectador la reflexión sobre valores que se han perdido en las rutinas de nuestra vida diaria como habitantes de la tierra, que muchas veces los adoptamos tan en nuestra condición existencial que no somos capaces de apreciarlos. Las encomiendas de las estaciones están en sus manos, solo bastará abrir el cofre y por toda la escena desandarán cálidas brisas y un exquisito momento de buceo en el fondo del mar, torrentes de aguaceros, el otoño que provoca el deshoje de los árboles o el invierno fustigante y a la vez enjundioso. La preservación de nuestros mares descompuestos, el arrojo de basura o la violencia contra los animales y entre los propios humanos serán algunas de las ilustraciones absortas en la toma de conciencia que escena tras escena, estación por estación, irán hilvanándose durante casi una hora de espectáculo.

Dotados de una excepcional preparación psicofísica, los actores Alex Batista (Karambola), Yani Gómez (Puchunga) y Leyder Puig (Lelé) son capaces de equilibrar un sistema coherente de acciones, manipulan las emociones melancólicas y a ratos hilarantes por las cuales desandarán en cada función demostrando sus destrezas a la hora de personificar esos personajes que le dan un matiz colorido a la obra. La banda sonora registra composiciones que cometerán su labor desde el manejo tornadizo de distintas conmociones y la recreación de atmósferas; de igual forma se plantea el diseño de luces, postulándose como un eslabón fundamental dentro del tejido de la puesta en escena.

En esencia, Gris porta un alto contenido ambiental. En su armazón dramático el director toca puntos existenciales de una realidad que atenta contra la ecología mediante la utilización de códigos muy precisos como la escenografía mínima, vestuarios y elementos escenográficos con tonos grises, en su mayoría creados con deshechos; y las escasas tonalidades aunque paradójicamente el espectáculo incita a imaginar un mundo matizado en colores; de manera que Ernesto Parra y Teatro Tuyo están todo el tiempo advirtiéndonos que miremos más allá de una esencia invisible a nuestros ojos, que dependemos de las estaciones del año, una riqueza que nos pertenece,  para respirar, y nos ilustra infatigablemente que el gris no es un color tan blue.